Otra vez lunes. La peor pesadilla para Núria acababa de empezar. No había pegar en ojo en toda la noche, ya que volvió muy tarde de Sevilla. Había aprovechado que estaba bastante desocupada para viajar allí y pasar unos días con sus padres. Pero la vuelta a la rutina se le hacía muy dura, era como si una fuerza sobrenatural le impidiera levantarse de la cama. Cuando por fin se levantó, casi no podía ni andar del cansancio que tenía. ¡Sus padres no habían parado de llevarla para arriba y para abajo! No le gustaba cuando se ponían así, pero la verdad es que echaba de menos sus paseos familiares por la ciudad. Cuando se quiso dar cuenta, volvía a estar metida en la cama, con el inconveniente de que... ¡había pasado media hora! Pegó un salto de la cama y se puso lo primero que vio en el armario. No tenía tiempo de asearse, así que solo se lavó la cara y se recogió el pelo en un moño bastante deforme. Del frigorífico cogió un batido de chocolate y una manzana del frutero. Le faltó poco para rodar por las escaleras, pero consiguió llegar al metro que le dejaba a tiempo para ir a clase.
Las clases se habían terminado por ese día, y menos mal. Silvia y ella iban hablando de cómo les había ido el fin de semana hasta que su amiga se tuvo que ir por otro camino para ir a casa. Núria continuó caminando sola hasta que vio a un chico alto con una sudadera gris. Era Marc. Pensó en si acercarse y saludarle o dejarlo pasar y hacerlo otro día, pero mientras ella meditaba él le había mirado con una mirada entre triste y enfadada, con el ojo todavía bastante morado. Se metió al aparcamiento y se montó en su coche. Ella quiso correr y meterse también para hablar con él pero no tuvo tiempo ni de pensarlo, cuando quiso darse cuenta ya había arrancado y se marchó. No abandonando en su idea, se le ocurrió una mucho más loca. Se fue corriendo hacia la puerta más cercana, donde había una parada de taxis y se montó en uno.
-Buenos días, siga a ese coche de allí -dijo casi sin aliento señalando al Audi negro de Marc. El taxista le miró con cara de pocos amigos pensando en que era una broma-. Es en serio, no estoy de cachondeo.
La chico empezó a explicarle que era alguien con quien tenía que hablar y no había otra manera de ir a donde iba. El taxista, bastante sorprendido, escuchaba la historia que le estaba contando Núria en esos momentos. Ella esperaba llegar a una mega urbanización con chalets más grande que su edificio donde viviría Marc, pero a medida que iba avanzando se quedaba cada vez más extrañada. Y más aún fue cuando llegaron al lugar de destino: el cementerio.
Núria le pagó al taxista el trayecto y se despidió de él agradeciéndole lo que había hecho. Miró en el aparcamiento y vio el coche de Marc aparcado y a él saliendo de él. Decidió esconderse detrás de unos setos que había y observarle. En cuanto él entró y ya habían pasado unos segundos, ella entró también, con el máximo disimulo posible para que no se notara que iba detrás suya. Seguía sus pasos y todos los sitios en los que se metía, hasta que al doblar una esquina vio que se había parado en uno de los lugares. Ella se quedó ahí, escondida, mirándole.
A cada segundo que pasaba se estremecía más de lo que estaba viendo. Marc se había sentado en frente de una de las tumbas y tenía la cabeza apoyada en ella. Veía como se tapaba la cara y no podía parar de llorar, a la vez que hablaba. No sabía qué hacer. Pensó en ir allí a intentar consolarle, pero en seguida se quitó la idea de la cabeza, solo conseguiría que se enfadara aún más por seguirle y espiarle. ¿De verdad estaba espiando al chico al que no se iba a acercar nunca en la vida?
Pasada media hora o así Marc le dio un beso al mármol sobre el que hace un rato estaba apoyado y se fue. A Núria le entró la curiosidad de saber quién había sido lo suficientemente importante para Marc como para que pasara eso, pero pensó que mejor que se lo contara él. Al día siguiente hablaría con él. Vio como se fue cabizbajo con las manos en los bolsillos de la sudadera. Ella volvió a coger un taxi que l ellevó a casa.
Ya habían acabado las clases de la mañana del martes y Níria salió corriendo de clase. Quería ir a buscar a Marc, pero no sabía dónde tenía, ni siquiera sabía qué estdiaba. Fue caminando con la esperanza de encontrarlo hasta que se le ocurrió la idea de ir al aparcamiento y esperarle en su coche. Al llegar le esperó en la puerta del conductor y, minutos más tarde, apareció él.
-¿Núria? -ella le miró y, sin ni siquiera dirigirle la palabra, le cogió del brazo y se lo llevó a un lugar lleno de árboles y apartado de la gente-. ¿Qué haces?
-Ayer te seguí, sé lo que hiciste después de clase y me lo vas a contar.
-¿¡Me seguiste!? -gritó soltándose de ella-. ¿Quién te has creído que eres? ¡Te voy a denunciar!
-Deja de decir tonterías y cuéntame qué pasa.
Marc se sentó en el césped apoyándose en el tronco de uno de los árboles. Tenía la cabeza escondida entre las rodillas. Núria estaba de pie, a su lado, mirándole, esperando a que dijera algo. Estuvo un rato mirándole. No dejaba de suspirar, frotarse los ojos, pensar. Cuando ella desistió y se giró para marcharse vio que tenía una mano tendida hacia ella. Marc le estaba dando su iPhone. Le miró a él y al teléfono, lo cogió y vio la foto que había. Distinguió a un chico y una chica. Estaban abrazados, él le rodeaba con sus brazos por detrás. Los dos estaban muy sonrientes. Se fijó y se dio cuenta que el chico era Marc. Tenía más cara de niño, así que supuso que era de hace años.También se notaba en que no tenía los brazos ni el cuerpo tan fuertes como los tenía ahora. Se fijó en sus ojos, de ese color verde claro, rozando el azul, pero lo que le llamó la atención fue la expresión que tenían. Brillaban muchísimo, mostraban la felicidad de ese momento. La chica era de pelo oscuro también, con ojos grises y muy expresivos. En ese momento miró por encima del móvil y le vio a él con la mirada perdida en el frente.
-Se llamaba Melissa. Empezamos a salir cuando teníamos 14 años. Era la chica perfecta, lo tenía todo. Se preocupaba por ella y por los demás, estaba muy atenta a que los que la rodeaban y les ayudaba en todo lo que podían. Además muy inteligente. Quería ser médico para poder ayudar a las personas -le salió una sonrisa al decir todo aquello. En ese momento señaló a su teléfono. Núria reparó en sus ojos, que en la foto parecían ser la viva imagen de la felicidad, pero en ese momento eran como un cristal a punto de romperse-. 14 de marzo de 2013. Es la última foto que tenemos juntos.
En ese momento a Núria le encajó todo. Ahora entendía lo que había visto y por qué estaba así. Le devolvió el teléfono a Marc y se sentó al lado suya. Ambos se miraron durante unos segundos antes de que él continuara.
-Al día siguiente no fui a clase porque no me encontraba muy bien. Habíamos quedado por la tarde para estudiar y hacer los deberes de ese día. En un principio íbamos a ir a un lugar de estudio que estaba cerca del centro, donde ella vivía, pero no me apetecía moverme hasta allí. Le dije que viniera a mi casa y si quería, se quedara a dormir. Ella aceptó sin rechistar, como siempre. Pasaron tres horas, no había llegado y yo me estaba poniendo muy nervioso. En ese momento sonó el teléfono. Mi madre lo cogió, habló un minuto y me miró triste. En ese momento se me cayó el mundo entero encima -miró a Núria llorando-. Un cabrón se saltó un semáforo en rojo y le arrolló cuando estaba cruzando para ir a la parada del metro. Por mi culpa, por mi culpa tuvo que ir a coger el metro y cruzó. Por mi culpa, por mi vagancia de no moverme tuvo que moverse ella y la atropellaron.
-No fue tu culpa, Marc. El conductor no debería haberse saltado el semáforo.
-¡Me da igual! -dijo mientras sus ojos estaban rotos y no paraban de salri lágrimas de ellos-. ¡Eso no tendría que haber sido así! En cuanto llegamos al hospital ya no había nada que hacer y ya estaba muerta. ¡Ni siquiera pude despedirme de ella!
Núria se quedó en silencio mirándole mientras Marc lloraba desconsolado. Le partía el corazón verle así, nunca se hubiera imaginado ver a un Marc así.
-Poco después de eso mi amigo murió por una enfermedad. Yo no lo sabía, nos lo había ocultado a todos los del equipo. Un día dejó de entrenar y nos dijeron que era por una lesión muy grave. Yo le veía cada día y no notaba nada, hasta que un día me llamó su madre diciendo que fuera al hospital a verle. No entendía nada, pensé que tenía algo que ver con esa supuesta lesión, pero al llegar me quedé frío. Le vi ahí, tumbado en la cama, conectado a mil cacharros y muy desfigurado. Resulta que quería despedirse de mí porque se estaba muriendo, él también. Al día siguiente falleció. Los días siguientes son los peores que he pasado en mi vida. Las dos personas que más me importaban se fueron para siempre sin yo poder nada -miró a Núria con una expresión de derrota y trsiteza-. No sabes la impotencia que da eso.
-¿Por eso eres cómo eres?
-Soy un imbécil.
-Eres un chico que ha sufrido dos duros golpes y aún no ha podido olvidarlo. Por eso te comportas así, eso pienso yo.
-Mis padres me han mandado a una terapia para gente con problemas con el alcohol -agachó la cabeza.
-Seguro que eso te ayuda.
-No voy a ir.
-Sí que vas a ir -le miró seria-. Vas a ir y vas a ver que el Marc del que todos hablan no es el verdadero Marc.
-No sé ni yo mismo como es ese...
-Pienso que es un chico fantástico que se oculta para que no le vean sufrir y que seguramente sea un gran futbolista, aunque sea equivocara de equipo.
Ese comentario hizo que él se riera. Por primera vez en mucho tiempo le veía reírse,y la verdad es que le gustaba verle así. Se sentía mal por todo lo que había pensado sobre él sin conocerle, pero ahora estaba viendo a un chico distinto.
-Ves a esa terapia. Y si ves que no es lo que necesitas, buscas una distinta y listo -él asintió con una tímida sonrida-. Y ahora me vas a hablar de por qué tienes la mano vendada y el ojo como una higo.
-Nada grave, mi padre me dio un golpe el otro día cuando casi empujo a mi madre al volver a casa de fiesta y lo de la mano no es nada.
-Añade todo esto a la lista de cosas que puedo hacerte si te metes con el Atleti.
-Perdona pero yo soy un jugador muy limpio.
-Si da igual, aunque me des una patada no te expulsarán -dijo encogiéndose de hombros y guiñándole un ojo. Él volvió a reírse y le miro con los ojos llorosos, pero esta vez con una mirada sincera y una sonrisa de agradecimiento.
-Muchas gracias, Núria.
Ella le miró y le abrazó. Y ahí se quedaron, bajo un árbol abrazados y discutiendo de fútbol.